Una tapa emblemática del arte argentino de los 60 apareció en la revista Primera Plana, metatizando el fin de determinados géneros artísticos. Remedo de las segundas oleadas vanguardistas, estas muertes simbólicas articulan el discurso de la crítica y la historia del arte con las prácticas de la pintura y el hacer de los/las artistas. Imagen y escritura se enlazan aquí a través del planteamiento teórico y la difusión periodística.
Primera Plana. Buenos Aires, mayo de 1969 - Nº 333
Que las artes plásticas han sufrido, en la década del 60, su más honda conmoción —dentro de un siglo infestado de rupturas— ya no es una novedad: los objetos, la zoología, las historietas y hasta los seres de carne y hueso sustituyeron, de un modo arrasador, a los caballetes y pomos de pintura. Pero ese cambio violento, cuyo furor en la Argentina data de cinco años atrás, llega, en la temporada de 1969, a su culminación: las grandes galerías de Buenos Aires tienen que recurrir a viejos nombres para mantener un decoroso plan de exposiciones. Los menores de 45 años no aparecen casi en las listas, están en otros sitios: en la canción, en la moda, en el diseño de papeles, en la escenografía, en la publicidad. Para casi todos ellos, las artes plásticas no sólo están muertas: también el Arte, en general, es algo perecedero. Un equipo de cuatro redactores indagó la historia del proceso en el país, auscultó a sus protagonistas, acumuló declaraciones, y produjo el informe de las páginas 70/75.
[...]
Hasta el martes próximo. EL DIRECTOR.
* * *
La muerte de la pintura.
Primera plana, sin firma de autor.
Un arte venerable -el más antiguo entre
los hombres, después del arte de la guerra- ha comenzado a morir. La pintura,
que floreció hace cien siglos en las cuevas de
Altamira y se erigió desde entonces, en el vocero de la Historia y de la vida, ha perdido los
antiguos atributos de su reino y se ha convertido en otra cosa, quizá más fértil pero a la vez
menos identificable. En vez de ser testigo de la
vida, amenaza (paradójicamente) con ser la Vida
en persona.
“Si yo supiera que la pintura ha muerto, me suicidaría ahora mismo”, proclama Raquel Forner,
una de las grandes sobrevivientes de los años
de euforia. Tal vez tenga que incurrir en el holocausto, si se atiene a los indicios que pueden
recogerse en Buenos Aires y en los mayores
centres plásticos del mundo. Basta cotejar algunas cifras: en el Instituto Di Tella, de 10 exposiciones en 1967, 8 fueron de pintores, dibujantes y grabadores; en 1968, la proporción fue
de un pintor y dos escultores sobre una docena de muestras; en 1969 irrumpirán dos pintores (el surrealista Roberto Aizenberg y el expresionista noruego Edvard Munch) en medio
de siete exposiciones. “Pero el Di Tella es el
baluarte de las vanguardias”, refutan los escépticos. Sin embargo. los contrastes no se
dan solo allí: Bonino exhibió en 1988 diez pintores sobre un total de doce muestras; en
1969, la pintura cubrirá menos del 60 por ciento de las exposiciones (4 sobre 7). Rubbers, en
cambio, se mantiene incólume en la vieja brecha: el año pasado albergó a 8 pintores y un
escultor sobre 10 exhibiciones: en 1989 serán
14 pintores sobre 17 muestras...
Para leer el artículo completo, haga click aquí:
http://70.32.114.117/gsdl/collect/revista/index/assoc/HASH01f1/0c3f0227.dir/r39_08nota.pdf