“Giotto redescubrió el arte de crear la
ilusión de la profundidad sobre una superficie plana. Para Giotto, este
descubrimiento no fue solamente un recurso valedero por sí mismo. Le permite cambiar
todo el concepto de la pintura. En lugar de emplear los procedimientos de la pintura-escritura,
podía crear la ilusión de que el tema religioso pareciese estar acaeciendo
delante de nuestros mismos ojos.”
E. H. Gombrich. La historia del arte, Phaidon,
2009, p. 201.
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Presunto retrato de Giotto, atribuido a Paolo Uccello.
Al callarse Neifile, habiendo gustado mucho a las señoras la respuesta de Ghichibio, así habló Pánfilo por voluntad de la reina:
Carísimas señoras, sucede con frecuencia que, así como la fortuna bajo viles oficios algunas veces oculta grandes tesoros de virtud, como hace poco fue mostrado por Pampínea, también bajo feísimas formas humanas se encuentran maravillosos talentos escondidos por la naturaleza. La cual cosa muy aparente fue en dos de nuestros conciudadanos sobre los que entiendo hablar brevemente: porque el uno, que micer Forese de Rábatta se llamaba, siendo bajo de estatura y deforme, con una cara tan aplastada y retorcida que hubiera parecido deforme a cualquiera de los Baronci que más deformada la tuvo , tuvo tanto talento para las leyes que por muchos hombres de valor fue reputado almacén de conocimientos civiles; y el otro, cuyo nombre fue Giotto, fue de ingenio tan excelente que ninguna cosa de la naturaleza (madre de todas las cosas y alimentadora de ellas con el continuo girar de los cielos) con el estilo, la pluma o el pincel había que no pintase tan semejante a ella que no ya semejante sino más bien ella misma pareciese, en cuanto muchas veces en las cosas hechas por él se encuentra que el vivísimo juicio de los hombres se equivoca creyendo ser verdadero lo que es pintado . Y por ello, habiendo él hecho tornar a la luz aquel arte que muchos siglos bajo los errores ajenos (que más para deleitar los ojos de los ignorantes que para complacer al intelecto de los sabios pintan) había estado sepultada, merecidamente puede decirse que es una de las luces de la florentina gloria; y tanto más cuanto que, con la mayor humildad, viviendo siempre en ella como maestro de las artes, la conquistó rehusando siempre ser llamado maestro; el cual título, por él rechazado, tanto más resplandecía en él cuanto más era usurpado con avidez mayor por quienes menos sabían que él o por sus discípulos. Pero por muy grande que fuese su arte, no era él en la persona y el aspecto en nada más hermoso de lo que era micer Forese. Pero volviendo a la historia digo que:
Tenían en Mugello micer Forese y Giotto sus posesiones; y habiendo ido micer Forese a ver las suyas en este tiempo del verano en que los tribunales tienen vacaciones, y volviendo por acaso sobre un mal rocín de alquiler, encontró al ya dicho Giotto, el cual semejantemente, habiendo visto las suyas, se volvía a Florencia; el cual ni en el caballo ni en los arreos estando en nada mejor que él, como viejos que eran, avanzando poco a poco, se juntaron. Sucedió, como muchas veces en el verano vemos suceder, que les alcanzó una súbita lluvia, de la que lo más pronto que pudieron se refugiaron en casa de un labrador amigo y conocido de los dos. Pero luego de un rato, no llevando el agua aspecto de parar y queriendo ellos llegar en el día a Florencia, pidiendo prestadas al labrador dos viejas capas de paño romañés y dos sombreros todos roídos por el tiempo, porque mejores no había, comenzaron a caminar. Ahora, habiendo andado algo, y viéndose todos mojados y, por las salpicaduras que los rocines hacen en gran cantidad con las patas, llenos de barro, cosas que no suelen añadir ningún honor, aclarando un tanto el tiempo, ellos, que largamente habían venido callados, empezaron a conversar. Y micer Forese, cabalgando y escuchando a Giotto, que era excelentísimo conversador, comenzó a considerarlo de lado y de frente y por todas partes; y viéndolo todo tan deslustrado y tan mezquino, sin considerarse a sí mismo, comenzó a reírse y dijo:
-Giotto, ¿cuándo, si viniese a nuestro encuentro algún forastero que nunca te hubiera visto, crees tú que pensaría que eras el mejor pintor del mundo, como eres?
Giotto le respondió prestamente:
-Señor, creo que lo creería cuando mirándoos a vos creyese que sabíais el abecé. Lo que, oyendo micer Forese, su error reconoció y se vio pagado en la misma moneda con que había vendido las mercancías.
Boccaccio, Decamerón.
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Dante, en su Divina Comedia hizo el elogio de Giotto en este célebre terceto:
Credette Cimabúe nella pittura
tener lo campo, ed ora ha Giotto il grido,
si che la lama di coluí oscura.
(Creyó Cimabue no tener rival en la pintura;
ahora es Giotto quien recibe las aclamaciones
hasta oscurecer la nombradía de aquél.)
Dante, Divina Comedia.
Yo soy quien volvió a dar vida a la pintura, arte extinguida
Tuve una mano tan segura como hábil
Y a mi arte sólo le faltó lo que le faltara a la naturaleza
¿Admiras la soberbia torre que resuena con bronce sagrado?
Según la concebí, así se levantó hacia las estrellas.
En fin, yo soy Giotto ¿para qué decir todo esto?
Mi nombre valdrá como un largo poema
Poliziano, epitafio de Giotto.