"Eligiendo ese fondo, sin embargo, Durero rendía un tributo tardío a Antonio Pollaiuolo, en cuyos Diez desnudos se había resuelto de forma parecida un problema similar. El maestro norteño reconoció su deuda mediante una 'cita' directa que al mismo tiempo equivale a un sutil desafío. Como Pollaiuolo, Durero firmó el buril en un cartellino de dimensiones desusadas que cuelga de un árbol. Por primera vez en la carrera de nuestro artista, lleva una inscripción en latín, y esta inscripción está redactada de manera que opone al orgullo del florentino el orgullo del ciudadano de Nuremberg: si Pollaiuolo había escrito "OPVS ANTONII POLLAIOLI FLORENTTINI", Durero escribió "ALBERTVS DVRER NORICVS FACIEBAT". Su satisfacción a la vista de su obra es comprensible; había, en efecto, conseguido 'aventajar al maestro'. Mientras que el grabado de Pollaiuolo, a pesar de todo su énfasis en la estructura anatómica, produce el efecto de un enmarañado ornamento gótico, la Caída del hombre de Durero posee una cualidad que sólo sabríamos definir con el calificativo de 'estatuaria'.
Erwin Panofsky, Vida y arte de Alberto Durero, Alianza, 1982, p. 107.