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La lectura de cuadros

En este artículo, James A. W. Heffernan aborda la lectura de imágenes y las particularidades que este tipo de recepción pone en funcionamiento, como así también sus diferencias respecto de la lectura de escritura alfabética. Otra variante del tópico ut pictura poesis, en este caso con los actores ubicados en reconocimiento (Verón). Algunos de los conceptos que el autor trae a cuento, operativos para abordar los diálogos intercódigo entre la poesía y la pintura, son: signo pictórico/verbal, pintura de historias, motivos y temas, espectador/lector activos, momento pregnante, relato como opuesto a discurso, etc.

¿Qué significa aquí «lectura»? Los lectores de esta revista dirían sin dudas que principalmente refiere al examen detenido de un texto. Sin embargo, el Oxford English Dictionary (OED) registra otras acepciones, entre ellas, «analizar o interpretar (un producto cultural, como un film, un ritual, etc.) utilizando una metodología análoga a la interpretación o crítica literaria» («Read, V. 7a»). ¿Acaso esta definición —que el OED llama «figurada»— implica que es posible descifrar cuadros de la misma manera en que se descifran los textos? Como intérpretes de literatura, estamos acostumbrados a comentar las imágenes que aparecen junto a los textos; no obstante, tal como W. J. T. Mitchell ha recordado recientemente, no es lo mismo una imagen que un cuadro. «El cuadro», escribe, «es un objeto material, algo que se puede quemar, romper, rasgar. Una imagen es lo que aparece en el cuadro y aquello que sobrevive a dicha destrucción, en la memoria o por escrito, en copias y vestigios en otros medios» (Image Science 14-15). Así mismo, los cuadros difieren de las imágenes textuales. En un texto, una imagen denota un objeto que puede visualizarse de diversas maneras tanto como analizarse metafóricamente. Por ejemplo, en el Ulises de James Joyce, la imagen de una llave puede visualizarse casi como cualquier objeto que sea pequeño, duro y derecho que se utiliza para abrir cerraduras; también puede identificarse metafóricamente con un falo erecto, la llave de acceso al cuerpo de Molly, que Bloom desde hace tiempo no puede forjar; Bloom, el errante y —además— impotente, quien olvida la llave de su casa. En el mundo de los cuadros, una imagen, aquello que los historiadores del arte llaman el motivo, es un objeto que puede representarse de diferentes formas. Así, es posible pintar más grande o más pequeña la imagen del libro en las pinturas renacentistas de la Anunciación, el libro abierto o casi cerrado, entre las manos de María o en su regazo. Sin embargo, por oposición a una imagen textual, que puede visualizarse de maneras diferentes (la imagen que tenga el lector de una llave diferirá de la mía), una imagen representada es algo rígido. En un cuadro, la imagen móvil y mutable por lo general asume forma, tamaño y tono fijos. (Escribo «por lo general» porque la tecnología digital ha convertido algunos cuadros en cinéticos, como menciono más abajo).

La lectura de un cuadro, entonces, no es equiparable a la lectura de las imágenes que se encuentran habitualmente en los textos. Aun así, me interesa demostrar aquí que la interpretación de un cuadro merece llamarse lectura, no sólo de manera figurada o entre comillas, sino por derecho propio, como una cuestión de precisión crítica. A diferencia del OED, no creo que la lectura de cuadros implique simplemente la aplicación de técnicas desarrolladas por la crítica literaria. Si bien una gran cantidad de obras plásticas contienen palabras que deben leerse en sentido textual, y un número significativo de obras recientes están compuestas únicamente de palabras, la lectura de cuadros significa reconocer que los signos pictóricos tienen un carácter distintivo e implica lidiar con esta singularidad tanto como con la indeterminación de las marcas pictóricas.

Marcas y signos pictóricos habitan diversos tipos de cuadros, incluidos las fotografías y el arte abstracto. Entre otros, Susan Sontag (Sobre la fotografía) y Roland Barthes han mostrado cuán profundamente pueden interpretarse las fotografías. A su vez, y desafiando la afirmación de Sontag acerca de que la pintura abstracta no puede interpretarse («Against Interpretation» 657), críticos de arte como Rosalind E. Krauss han demostrado que es posible descifrar incluso las grillas de Agnes Martin, aun cuando sea sólo como «hostilidad del arte para con la literatura, lo narrativo, el discurso» (Krauss 9). Debido a las restricciones del espacio, he resuelto dedicarme aquí a la pintura figurativa y a los cuadros compuestos de palabras, incluidas las proyecciones, las cuales, paradójicamente, destacan de una manera particularmente gráfica la diferencia entre leer textos y leer cuadros. La lectura de cuadros hechos de palabras, sostengo, escapa a las leyes de la gramática; en cambio, se halla regida por las convenciones pictóricas, ceñida estrictamente por las formas y los colores particulares que deben adoptar los objetos representados en cualquier tipo de cuadro.

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