Breve esbozo del Renacimiento a la Modernidad
por Ana Lía Gabrieloni
I.- Ut pictura poesis
Según Virginia Woolf, un escritor siempre se preguntará cómo llevar el sol a la página, cómo puede conseguir que el lector vea la luna mientras se eleva en el horizonte por medio de una o dos palabras. Es decir, se preguntará cómo lograr un efecto máximo por medio de recursos mínimos, tal como le sucede a Charles Steele, el pintor de El cuarto de Jacob, quien con una sola pincelada de negro violáceo cambia el tono general del paisaje que acaba de componer sobre una tela.
La formulación de analogías entre la poesía y la pintura se remonta a la afirmación de Simónides de Ceos en el siglo V a. C., recogida por Plutarco, según la cual «la pintura es poesía silenciosa, la poesía es pintura que habla». Y así como se ha atribuido tradicionalmente a Aristóteles el origen de la teoría literaria, también durante siglos se reconoció el origen de la teoría de las relaciones interartísticas en Horacio, que bebió de las fuentes griegas. Su Epistola ad Pisones —que ya Quintiliano consideraba una verdadera ars poetica, título con el que luego ha sido conocida— enfatiza y reitera la correspondencia entre ambas artes tal como se plantea en la obra del Estagirita. El lema horaciano, ut pictura poesis, y la idea aristotélica de que la intriga de una tragedia se asemeja a una pintura, proporcionaron desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII una constitución al sistema de las artes, constitución basada en la asimilación entre poesía y pintura, y una de cuyas formulaciones más señeras está contenida en una obra tan tardía como Les Beaux-Arts reduits à un même principle del abate Charles Batteux (1746). Fue esta obra la que provocó la reacción de Gotthold Ephraim Lessing contra el entusiasmo por la migración de cualidades y poderes, tanto estéticos como pedagógicos, entre dominios artísticos distintos.
Artículo completo aquí:
http://www.saltana.org/1/docar/0011.html#.XxdUgygzbIU
por Ana Lía Gabrieloni
I.- Ut pictura poesis
Según Virginia Woolf, un escritor siempre se preguntará cómo llevar el sol a la página, cómo puede conseguir que el lector vea la luna mientras se eleva en el horizonte por medio de una o dos palabras. Es decir, se preguntará cómo lograr un efecto máximo por medio de recursos mínimos, tal como le sucede a Charles Steele, el pintor de El cuarto de Jacob, quien con una sola pincelada de negro violáceo cambia el tono general del paisaje que acaba de componer sobre una tela.
La formulación de analogías entre la poesía y la pintura se remonta a la afirmación de Simónides de Ceos en el siglo V a. C., recogida por Plutarco, según la cual «la pintura es poesía silenciosa, la poesía es pintura que habla». Y así como se ha atribuido tradicionalmente a Aristóteles el origen de la teoría literaria, también durante siglos se reconoció el origen de la teoría de las relaciones interartísticas en Horacio, que bebió de las fuentes griegas. Su Epistola ad Pisones —que ya Quintiliano consideraba una verdadera ars poetica, título con el que luego ha sido conocida— enfatiza y reitera la correspondencia entre ambas artes tal como se plantea en la obra del Estagirita. El lema horaciano, ut pictura poesis, y la idea aristotélica de que la intriga de una tragedia se asemeja a una pintura, proporcionaron desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII una constitución al sistema de las artes, constitución basada en la asimilación entre poesía y pintura, y una de cuyas formulaciones más señeras está contenida en una obra tan tardía como Les Beaux-Arts reduits à un même principle del abate Charles Batteux (1746). Fue esta obra la que provocó la reacción de Gotthold Ephraim Lessing contra el entusiasmo por la migración de cualidades y poderes, tanto estéticos como pedagógicos, entre dominios artísticos distintos.
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