He aquí un fragmento de La iglesia de los jesuitas de G. del escritor alemán E.T.A. Hoffmann (1776-1822), un cuento en el cual se pone en acto el vínculo interartístico entre relato y representación pictórica; en este caso, a partir de la figura de un pintor y sus vicisitudes. Para leer el cuento completo, activar el link. A continuación mostramos sólo unas escenas de esta historia...
—Cuando Birkner me anunció la resolución de mis padres, salté de alegría y de sorpresa... Hasta el día de mi partida no hice sino pasearme como en sueños. Me era imposible coger un pincel y pintar en el Museo. Fue preciso que el inspector y todos los pintores que habían estado en Italia contestasen a mis preguntas acerca de aquel país donde florece el arte. Por fin llegó el día y la hora. Fue muy dolorosa la despedida de mis padres, que tenían el triste presentimiento de que no volverían a verme, y no querían dejarme marchar. A mi propio padre, hombre firme y decidido, le costaba trabajo mantener la serenidad. "¡Italia, Italia! ¡Vas a verla!", exclamaban con entusiasmo mis compañeros. El ardor de mis deseos creció entonces con la emoción profunda que me agitaba y partí precipitadamente. Ya lejos de la casa paterna me pareció que emprendía la carrera de artista.
Bertoldo, aunque ejercitado en todos los géneros de la pintura, se había dedicado con preferencia al paisaje, que pintaba con gran entusiasmo. En Roma esperaba hallar grandes recursos para practicar esta rama del arte, pero no fue así. En medio del círculo de artistas y de aficionados en que se encontraba, oía todo el día repetir que la pintura de historia era la cumbre del arte y que todo lo demás le estaba supeditado. Le aconsejaban que, si quería ser un pintor de fama, abandonase su especialidad para dedicarse a aquella otra más alta, a lo que se unía la impresión, jamás experimentada hasta entonces, que recibió de los magníficos frescos de Rafael en el Vaticano, con lo cual decidió abandonar el paisaje.
Dibujó al estilo de Rafael y copió otros pequeños cuadros al óleo de otros maestros famosos, y, merced a su mucha práctica, le fue muy bien en este nuevo trabajo, aunque se daba cuenta perfectamente de que la aprobación general de los artistas y los conocedores no eran sino lisonjas para animarle. Él mismo comprendía que sus dibujos y copias estaban faltos de esa vida que animaba los originales. Inspirado por las celestiales creaciones de Rafael y de Corregio, se creía llamado a crear como ellos, pero en cuanto trataba de fijar sus fantasías, veíalas desaparecer como entre una niebla, y todo lo que quería ejecutar de invención estaba completamente falto de expresión y carácter, como todo producto de una concepción oscura e incompleta.
Esta lucha penosa y estos esfuerzos sin resultados llenaron el alma de Bertoldo de una negra melancolía, y más de una vez le alejaba de sus amigos, para vagar solo por los alrededores de Roma y pintar grupos de árboles y trozos de paisaje. Pero tampoco lograba esto con la misma facilidad de antes, de tal modo que llegó a dudar de su verdadera vocación. Sus mejores esperanzas parecía que iban a desvanecerse.
Bertoldo, aunque ejercitado en todos los géneros de la pintura, se había dedicado con preferencia al paisaje, que pintaba con gran entusiasmo. En Roma esperaba hallar grandes recursos para practicar esta rama del arte, pero no fue así. En medio del círculo de artistas y de aficionados en que se encontraba, oía todo el día repetir que la pintura de historia era la cumbre del arte y que todo lo demás le estaba supeditado. Le aconsejaban que, si quería ser un pintor de fama, abandonase su especialidad para dedicarse a aquella otra más alta, a lo que se unía la impresión, jamás experimentada hasta entonces, que recibió de los magníficos frescos de Rafael en el Vaticano, con lo cual decidió abandonar el paisaje.
Dibujó al estilo de Rafael y copió otros pequeños cuadros al óleo de otros maestros famosos, y, merced a su mucha práctica, le fue muy bien en este nuevo trabajo, aunque se daba cuenta perfectamente de que la aprobación general de los artistas y los conocedores no eran sino lisonjas para animarle. Él mismo comprendía que sus dibujos y copias estaban faltos de esa vida que animaba los originales. Inspirado por las celestiales creaciones de Rafael y de Corregio, se creía llamado a crear como ellos, pero en cuanto trataba de fijar sus fantasías, veíalas desaparecer como entre una niebla, y todo lo que quería ejecutar de invención estaba completamente falto de expresión y carácter, como todo producto de una concepción oscura e incompleta.
Esta lucha penosa y estos esfuerzos sin resultados llenaron el alma de Bertoldo de una negra melancolía, y más de una vez le alejaba de sus amigos, para vagar solo por los alrededores de Roma y pintar grupos de árboles y trozos de paisaje. Pero tampoco lograba esto con la misma facilidad de antes, de tal modo que llegó a dudar de su verdadera vocación. Sus mejores esperanzas parecía que iban a desvanecerse.